La beata sor María Pilar de los Desamparados, es una de las 14 mártires concepcionistas que murió asesinada durante la persecución religiosa de 1936 durante la Guerra Civil española. En ocasión del segundo aniversario de su beatificación queremos compartir uno de los muchos escritos que ella dejó, reflexiones que nacen de su profundo amor a la oración, la relación íntima con el Señor y de un rezo constante como religiosa concepcionista franciscana que era.
Sor María Pilar de los Desamparados nació en Pamplona el 29 de abril de 1863. Entró la vida religiosa contemplativa de la Orden de la Inmaculada Concepción con 24 años de edad y con la carrera de maestra nacional. Esa formación le llevó a dirigir el colegio que las concepcionistas abrieron para ayudar a la precaria economía de la comunidad, que por esos años se vivía en el interior del Monasterio de Las Rozas, lugar donde vivió durante más de 40 años.
Era una monja muy alegre con una marcada espiritualidad mariana y franciscana y los testimonios de la época eran unánimes al decir que ella era una persona de oración.
Los últimos momentos de su vida los vivió afianzada a la oración y en plena disposición al supremo sacrificio. Llegó a decir que perdonaba a los que a ella le quitasen la vida, como así fue. Murió a los 73 años de edad y 48 de vida religiosa.
Entre el legado que ella dejó se encuentran novelas y ensayos, entre los que podemos mencionar, La religiosa concepcionista a los pies de Jesús sacramentado y Nueva vida y nuevo ser con Jesucristo, este último está publicado en el libro Jardín místico de Jesús sacramentado y María Inmaculada (Ed. Ibérica, Madrid, 1926).
Nueva vida y nuevo ser con Jesucristo se dirige a sus hermanas monjas Concepcionistas Franciscanas. Es la primera vez que esta publicación aparece de forma digital y es motivo de regocijo para la Federación Santa Beatriz de Silva-Castilla, que podamos hacerlo con quienes nos siguen por este espacio.
Te invitamos a que leas a continuación el escrito dejado por sor María Pilar de los Desamparados, una reflexión que escribe para sus hermanas de la Orden de la Inmaculada Concepción y que bien vale para todas las personas. En él se nos invita a deshacernos de nuestro amor propio y entregarnos a Jesús de manera incondicional. Esperamos que sea de tu interés.
Nueva vida y nuevo ser con Jesucristo
Es una verdad, que la Religión santa y la experiencia nos enseña, que la vida del hombre en este mundo es una vida de continuas guerras de la carne contra el espíritu y de las pasiones desordenadas contra la razón, y para que el alma pueda llegar a coronarse con el laurel de la victoria, no hay que dudarlo, tiene que luchar con ánimo esforzado y valiente, sin acobardamientos y con perseverancia, pues ya lo dice el Señor en su santo Evangelio, que el que no perseverare no será salvo, y san Pablo en su segunda carta a Timoteo enseña que no será coronado sino el que peleare legítimamente, y en otra de sus cartas dice: He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, cuyas palabras, son de grande consuelo, al alma religiosa que constantemente y con esforzada energía pelea la continua guerra que le hacen sus pasiones y su amor propio representándole como muy penoso y casi imposible el soportar una vida dedicada al vencimiento de sí misma, el que no puede lograrse sino por medio de la mortificación y de la oración, ejercitándose en estos dos medios continuamente.
Mas la religiosa Concepcionista, en fuerza de su inapreciable vocación y coadyuvada de los fervientes afectos de amor que siente latir en su corazón hacia Jesús Sacramentado y su Purísima e Inmaculada Madre, la Santísima Virgen, quiere ser cual flor que a los primeros rayos del sol abre su cáliz para perfumar el ambiente del jardín místico de la religión, con la delicada fragancia de la virtud y de la santidad y determinase a la consecución de estos sus santos deseos. Pero no porque la religiosa se encuentra dentro del claustro, llamado por Jesucristo huerto cerrado, tiene ya todo hecho, ni está libre de enemigos; al entrar en el convento lleva consigo misma su amor propio, su carácter y sus pasiones.
Estas, coligadas con los sentidos (no hay que hacernos ilusiones, todos somos hijos de Adán), piden placeres, goces, satisfacciones; más al eco de estas voces oye la religiosa allá en el fondo de su corazón otra voz que responde: amor combatiente para con Jesús, fidelidad a mi Dios, sacrificio hasta morir, y esta voz que oye y que con suavidad y de un modo incomprensible para el alma la impulsa a caminar por las sendas que conducen a la unión más estrecha con Jesús, es la voz de su santa Regla, es la de sus santos votos, es la voz misma de su Amado que le recuerda el feliz compromiso que con él tiene el alma religiosa, desde su casto desposorio efectuado el día de su dichosa Profesión. Así que, para llegar a esta unión, para alcanzar esta nueva vida y nuevo ser en Jesucristo, es necesario trabajar hasta vencer nuestro amor propio, que en esto consiste el vencerse así misma. Y es necesario vencer el amor propio en todas sus manifestaciones para ser hostia pura para Jesús.
Es verdad que para esto muchas son las veces que es necesario espinarse y aun ensangrentarse el corazón, si es permitido explicar así lo que la religiosa tiene que violentarse hasta vencerse a sí misma en orden a su amor propio y carácter, pero no lo es menos que todo el trabajo y todo el penar está reducido en su mayor fuerza a ese primer acto de desprendimiento, no sólo de todo este mundo, sino también de sí misma en el orden material y espiritual, que muchas veces es lo que más cuesta. En ese momento decisivo y enérgico, es cuando cae rendida a los pies de Jesús, para haga de ella lo que Su Divina Majestad quiera.
Desde tan dichosa hora en los contratiempos que le suceden ya con facilidad entra en cuentas con su corazón y viendo a Jesús espinado, aun en el Augustísimo Sacramento de su amor, desde donde parece que como a san Pedro el día de su santísima Pasión le dirige una mirada compasiva entonces se cuerda que le ha dicho que quiere ser toda suya, siempre suya y solo suya. ¡Qué tranquilidad, que contento espiritual experimenta la religiosa después de dar este primer paso para deshacerse de su amor propio y de sí misma entregarse a Jesús totalmente!
De los escritos de la beata María del Pilar de los Desamparados, virgen y mártir.
Tomado de libro: Jardín místico de Jesús sacramentado y María Inmaculada. (Ed. Ibérica, Madrid 1926, pp.8-11)