Sor María de San José

(Josefa Otoiz). Su biografía inicia con esta cita de la Casa de acogida en Pamplona. “A las ocho y media de la noche del 3 de marzo de mil ochocientos setenta y uno, por el torno de esta Inclusa, se recibió una niña recién nacida, sin papel alguno, ni señal particular, por la que se pueda identificar.

En agosto de 1892, cuando Josefa tiene 23 años solicitó el ingreso en el monasterio Concepcionista de la Encarnación de Escalona. Entró como religiosa del coro.

Quienes la recuerdan, mencionan un conjunto de valores personales que la describen como una religiosa sumamente sencilla, abierta, fácilmente accesible y cercana, confiada, cariñosa y muy servicial.

Estuvo 25 años como abadesa del convento, ya que sin duda reunía cualidades extraordinarias para la atención de las religiosas y el gobierno del monasterio. Su relación con las hermanas de la comunidad era muy maternal. A este vivir volcada en sus monjas, unía a sor María de San José una responsabilidad extraordinaria para las cosas que se relacionaban con el monasterio. Basta leer las numerosas cartas que se conserva, enviadas al superintendente de las religiosas, de la Curia toledana, en las que se refleja su carácter espontáneo, sencillo y confiado, quizás sea lo más exquisito y emocionante de su persona.

Expulsadas todas las monjas del Monasterio en el mes de julio de 1936 y maltratadas por los captores con el intento de conseguir que renegaran de su fe.

Las supervivientes recuerdan, agradecidas y con emoción, la imagen de la sor María de San José, quien durante los interrogatorios su rostro reflejaba en esos momentos, un sufrimiento y nerviosismo, al ver cómo citaban a cada de las religiosas, porque sabía que usaban todas las artes humanas e inhumanas para hacerle claudicar. En cambio sus ojos brillaban de gozo, cuando regresaban las hermanas después de haberse mantenido firmes en su compromiso con el Señor.

Cuando sufrió la muerte tenía sesenta y cinco años y contaba cuarenta y tres de vida religiosa.